28 sept 2009

Julio 1:9

Varias punzadas (que le batían el plexo como lombrices nerviosas y que cuando se sentó en el sofá luego de insertar el DVD en el reproductor y de encender el televisor, se convirtieron en un vacío ancho y tibio un poco más a la derecha) lo hicieron sentir profundamente desdichado.

El DVD empezó a correr.

En la pantalla de menú seleccionó los comentarios en inglés. Adelantó las imágenes del Orange Bowl, del público, de los ricos y famosos que entraban con sus puros caros y con sus trajes elegantes y con mujeres bellísimas del brazo, de los comentaristas hablando sobre la pelea, sobre las posibilidades, de entrada inimaginables, de un combate entre tan grandes boxeadores; uno, un peleador sublíme que dilataba la belleza del deporte hasta lo desmesurado, una máquina exquisíta y letal; el otro, un tornado de inminente aniquilación, decían a toda velocidad y sin volumen. Ellos dos saliendo por el pasillo y subiendo al ring.

Presionó play siete segundos antes que la campana sonara y dejó correr el primer round.

Poco antes que el round acabara adelantó la pelea hasta el trece y lo dejó correr; cuando empezó el catorce se tomó de un trago lo que le quedaba de Gran Reserva en el vaso y, mientras se acomodaba los anteojos de marco rectangular sobre la nariz, inclinó su cuerpo un poco hacia adelante, como para ver mejor.

Una, dos izquierdas. Solamente está midiendo. Todavía podría ser cualquiera de los dos,

Él trataba de mantener la calma pues presión o disgustos era lo que, en ese momento, menos necesitaba.

Su mente y su mirada, que vagabundeaba por los pliegos de Plycem del cielo raso, regresaron a la figura de los dos peleadores en la pantalla: uno, dos, tres... La defensa del tricampeón sucumbía mientras Pryor inauguraba su obra maestra.

De su mente desapareció, por un segundo, el brillo rectangular de la pantalla y fue sustituido por un círculo profundo, un brillo que se movía al fondo. Brillo y reflejo de oscuridad. Un anillo, pensaba Alexis, no un ring. Bueno, sí, allá en Miami sí. A ring. A bowl... the Orange Bowl. Nicaragua is kind of orange. Are you ok? I love your father!, recordó y se dijo: sí que soy un caballero. Yo amo a mi padre. The most valuable thing you have, Mancini.

Cuatro, cinco, seis... siete, pasó por arriba.

Lo único valioso que tengo, pensó ante la gran pantalla de cristal líquido... soy lo único valioso que él tiene tambien. Destrozada, como una lluvia de adoquines. No hay defensa. Ya no puede ser cualquiera de los dos. Es bueno, de verdad que es un hombre, se decía Alexis en la sala iluminada por la luz oscilante del televisor. Not like that kid Mancini, me dijo aquella vez. Este caballero sí sabía lo que decía.

Aunque, la verdad es que yo tambien vine de la calle. Eso sí no me gustó eso que me lo dijera, que él nació en la calle, sin zapatos. Same thing happened to me. Pero si yo tenía zapatos era por mi padre, por Cebollón. Él los hacía. Pero claro, nunca los mejores, lo más barato para la familia.

En la pantalla, Pryor lo mandaba hacia las cuerdas y Alexis bajaba la mirada, tal vez porque se quería ver destrozado, como hace mucho no lo hacía, o quizá recordó los zapatos.

Algo así como que el sexto golpe de los veintitantos fue lo que lo hizo retroceder hasta las cuerdas. Su zapatos, y él los vio, trastabillaron torpemente desde el centro hasta el borde del cuadrilátero, como dos palomas heridas a las que uno ya tiene rodeadas y está a punto de cazar.

Nunca los mejores para la familia. Yo no soy así. Lo mejor, siempre, para mis hijos, para todos en realidad. Era diferente; mi papa nunca tuvo la misma suerte. Tendría yo ¿qué? ¿seis años? Yo lo miraba entre lágrimas. No comprendía, entonces él era tan fuerte. No se rindió. Claro, después comprendí que era el Cebollón que todos conocimos. Pero en ese momento me quedó la impresión.


Cuando rebotó sobre las cuerdas, los ojos se le cerraron por un segundo que comprendía una gran área blanca, o lechosa, un segundo que no era tiempo ni espacio, un segundo que era nada, y por tanto,era eterno. La última imágen era la de aquel negro, de piedra, una verdadera ave de caza destrozándolo sin piedad. Por reflejo, levantó inútilmente la defensa.

Ya ni los contaba...¿Diescisiete, quince, veinte?

Se imaginó lo que su padre pudo haber visto desde aquel pozo. No sabía por qué. No pensaba en otra cosa. Nada, negrura líquida revolviéndose en la oscuridad. Pero él no sabía esto, o no podía estar seguro. Tal vez solamente pensaba en el círculo de luz, de tarde lechosa que solo podría ver desde dentro. Tal vez él era un optimista. Claro, saltar a las tinieblas para alcanzar la luz. Pero sin la luz las tinieblas no existirían, o lo serían todo, entonces no existirían. Una interesante relación, justo ahí. Alto ¿Estoy muriendo?

Pryor lo destruía, Alexis hace rato había perdido la conciencia. No, pero no moría.

No hay mejor lugar para morir. A ver, ¿cuál hubiese sido su última visión? Un tunel muy oscuro con una luz al final, y su cuerpo muriendo entre algo líquido. Agua, lodo, mierda. ¿No es eso la muerte? Momento...

Echó una larga y oscura mirada a la habitación. No miraba la habitación. Miraba su vida, en un segundo, todos los hechos superpuestos y alternandose. Ya al final, la campaña, los del partido, la gente de los barrios. Campeón, lo llamaban otra vez. Él realmente le quería regresar algo a esa gente, los recibía todos los días en su oficina. Esta es mi última gloria. Lo tenía en el cuarto round, pero necesitaba aprender esa lección...

Y ese túnel negro, húmedo y lleno de mierda en el que se reconocía no lo tomaba por sorpresa. Simplemente recordó que la macana y las palas con las que lo había cavado las había dejado colgadas en HODERA, y recordó la zanja. ¿Divertido, no? Esta zanja fue donada por el campeón Alexis Arguello.

Sobre la caja del DVD se desmoronaba el último cerrito de coca.

Levantó la caja y se la puso sobre las rodillas. 23 golpes y Alexis estaba en el suelo. Clase pelea, pensó. Presionó el botón de menú, y puso los comentarios en español.

La campana volvía a anunciar el primer round.
Con el filo de su cédula arrastró el cerrito de coca y aró tres surcos blancos, el título del DVD quedó descubierto: Arguello vs. Pryor. 1982, The Orange Bowl, Miami.
Sí, mi padre quiso morir ahí, en un bowl, en un ring... en un pozo, pues.
No, él no hablaba inglés.
Realmente quería morir. Realmente no sabía si había agua o no al fondo del pozo. Probablemente solo había escuchado que la gente así se mataba. Todos oímos el agua revolverse de repente. No me pareció increible. En realidad el hombre se sentía solo. Agobiado de tantas responsabilidades. Digo, ocho hijos en esa situación, no es cualquiera. Tenía derecho a echarse sus tragos con sus amigos. Ocho hijos. Alexis levantó su mano izquierda y la puso ante su rostro. Vio la cicatriz. Vio a sus siete hermanos sentados a la mesa. Vio su propia mano izquierda tratando de alcanzar un segundo trocito de carne e inmediatamente el brillo plateado del tenedor de su hermano que se ensartaba en su mano y la traspasaba.
Claro, por eso soy boxeador. Necesitaba ayudar con algo. Es lo más justo, yo soy un hombre.

¿Quería ser boxeador a los catorce? Tenía que, no había otra cosa que yo pudiera hacer para ayudarlos. Y cuando llamamos a los bomberos y seguía vivo. Puta, eso es derterminación. Ellos le tiran una silla amarrada a una cuerda, claro para sacarlo del pozo al que se acaba de tirar. Y lo pensó. Duró buen rato en decir “listo, trépenme”. Digo, estaba decididísimo. Soltó la cuerda de la silla, el nudo pudo darle problemas, por eso tardó, la verdad no creo que tuviese que pensarlo mucho. Pero bueno, fue genial, ¿no? Al hombre le tiran una soga con una silla, y el suelta el nudo solamente para volverlo a hacer alrededor de su cuello.

“Bueno, trépenme”, gritó desde el fondo.

Entonces, Alexís solo tenía seis años y esperaba ver a su padre emergiendo del pozo, tranquilamente sentado a la silla, como un rey de las cloacas. Un gran alivio luego de semejante horror. Pero no, su padre se había echado la cuerda al cuello y emergía empapado y como convulsionando, con la lengua de fuera y la cara morada. Pero aún vivía.

No porque el lo hubiese decidido, pensó el campeón. El era un hombre con determinación.

¿A mi alguien me ayudaría si sobrevivo?

Aaron Pryor destrozaba a Alexis una vez más en la pantalla de cristal líquido. La figura de Alexis, recortada por la pantalla, se levantó de repente y presionó una mano contra el pecho. Con la otra apagó el televisor. Una brutal taquicardia lo asaltó de pronto, algo relacionado a su problema cardíaco, a la reciente recaída, mucho bacanal y muchos vergazos no van bien. Pero no. Sentía en su corazón algo como un pozo oscuro que latía desbordante de oscuridad e infestado por toda clase de alimañas. Un pozo que había sido llenado con mierda y lodo.

Pero en un pozo común y corriente, sin luz, a lo sumo, uno puede oler esto o sentir el roce de aquello, pero no, en ese pozo aún brillaba la luz inmaculada de un campeón, de un artista puro. Y gracias a esa luz Alexis no solo intuía a las cucarachas y los gusanos batiéndose entre el lodo y la mierda, sino que los miraba. Miraba como se arrastraban y lo rodeaban. Los miraba cubriendo las paredes y desmoronándose desde ellas. Los miraba lamiendo a sus hijos, a su gente, a su país. Los miraba por todos lados y ya la taquicardia era insoportable.

Caminó un rato por la casa, sin rumbo. Bajó a la cocina y se sirvió un vaso con agua.

Desde la ventana se podía ver una franja larga de cielo, una que parecía emerger de las enredaderas y de las espinas que cubrían el muro. Una larga franja de cielo morado, atravesada por un par de cables de electricidad y por unas pocas nubes breves y horizontales.

Vio su rostro formarse en el círculo de agua cristalina que se movía dentro del vaso donde también vio varios destellos que lo rodeaban y que eran como diminutos reflectores y flashes de cámaras.

Cuando agarró el vaso y se destrozó el reflejo, mientras el agua le bajaba por la garganta y le caía pesada y fría en el estómago vació, Alexis fue inundado por una paz larga, blanca y lechosa.

No era una luz, si no algo que penetraba más que una luz.

Era una paz momentánea y necesariamente pasajera.

Soy un campeón, se dijo, a pesar de Pryor, sigo siendo un campeón, a pesar de cualquier cosa, yo soy un campeón y eso nadie me lo quita.

Una paz infinita, pero necesariamente pasajera, que estuvo ahí por un par de horas, hasta que la madrugada empezó a desvanecerse para ceder ante una luz débil y tierna que más tarde sería luz fuerte y unánime en un día caluroso, quizá con una lluvia momentánea que rápidamente se evaporaría desde las calles de Managua; fue una paz que por un rato le quitó la taquicardia, hasta que un balazo le quitó esa paz y todo fue, ahora sí, blanco y luminoso.

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"un embutido de ángel y bestia"